Habíamos ido al cine a ver un documental con mi amigo N. Una película del poeta Néstor Perlongher. Su vida, su militancia en el Frente de Liberación Homosexual, su obra. La película se está pasando en estos días en el Malba, se llama Rosa Patria, dirigida por Santiago Loza.
Me gustó la película por su tono de humor, por su simpleza, por su dolor sin golpes bajos.
Al salir, intentamos alejarnos lo más posible de esa zona de burguesía y familias patricias, sin éxito. La caminata selló su destino en la calle Santa Fé. Entramos a un bolichito de comida regional, pedimos empanadas y cerveza, sí, N hubiera preferido vino, que combina mejor con las empanadas y cosas por el estilo, pero aceptó sin reparos en tomar cerveza. En esas, se acerca un señor, el mozo, estableciendo la rutina repetida de todos los mozos, “¿van a pedir?” “buenas noches, ¿ya saben qué van a pedir?” “¿les traigo la carta?… N, sugirió eso de pedir empanadas. Yo hubiera elegido mirar la carta, pero ciertas concesiones con los amigos se agradecen, así que acepté sin censuras su sugerencia. Al mirar al mozo, como un chorro de soda, se me escapa un “¡usté es el de la foto de Marcos López!” con la felicidad instantánea de una sonrisa indestructible, experimenté un impulso devorador por saberlo todo. El señor, Héctor, sonrió también. Tal vez se sintiese halagado por esa pequeña fama que debe de haber experimentado en el bodegón., con otros como yo, que entre locros y tamales, encontraban el eslabón perdido. Sí, me volví abusiva, le pregunté todo, hasta que decididas, las empanadas nos devolvieron a la intimidad de a dos, mi amigo N y yo.
Al salir, intentamos alejarnos lo más posible de esa zona de burguesía y familias patricias, sin éxito. La caminata selló su destino en la calle Santa Fé. Entramos a un bolichito de comida regional, pedimos empanadas y cerveza, sí, N hubiera preferido vino, que combina mejor con las empanadas y cosas por el estilo, pero aceptó sin reparos en tomar cerveza. En esas, se acerca un señor, el mozo, estableciendo la rutina repetida de todos los mozos, “¿van a pedir?” “buenas noches, ¿ya saben qué van a pedir?” “¿les traigo la carta?… N, sugirió eso de pedir empanadas. Yo hubiera elegido mirar la carta, pero ciertas concesiones con los amigos se agradecen, así que acepté sin censuras su sugerencia. Al mirar al mozo, como un chorro de soda, se me escapa un “¡usté es el de la foto de Marcos López!” con la felicidad instantánea de una sonrisa indestructible, experimenté un impulso devorador por saberlo todo. El señor, Héctor, sonrió también. Tal vez se sintiese halagado por esa pequeña fama que debe de haber experimentado en el bodegón., con otros como yo, que entre locros y tamales, encontraban el eslabón perdido. Sí, me volví abusiva, le pregunté todo, hasta que decididas, las empanadas nos devolvieron a la intimidad de a dos, mi amigo N y yo.
Supuse que Héctor respiraría aliviado, que volvería a la práctica, al frotado de vasos, al servicio con los pocos comensales de las otras mesas que no advertían que él era él. Pero no, Héctor estaba dispuesto a más, me tocó el hombro, con reservas y mucho respeto y me llevó a pasitos de mi mesa, en dónde estaba colgada en tamaño póster de películas, esa foto de la hablábamos, con reseñas de diarios y revistas. Un pequeño santuario que le recordaba una y otra vez, que él era Héctor, el de la foto de Marcos López. Después nos acercó a N y a mí, dos bonitos catálogos, gentileza del fotógrafo, para que degustáramos de más o para que las empanadas fueran buscando una plácida redención al calor de las fotos.
Al salir, N comenzó a describir algo que nunca alcancé a escuchar. Yo estaba lejos, en el recuerdo de la foto, en la coincidencia de que Marcos López se cruzara por tercera vez en mi vida a través de su obra. Entoces, una imagen clarita me toma por asalto, el capítulo – El sustituto – en el que Lisa Simpson enamorada de su maestro suplente decide invitarlo a cenar a su casa. Pero la señorita Hoover regresa a su curso anunciando con su aparición el fin de las clases del maestro. Lisa no pierde su afán por buscar a su maestro por todos lados, y descubre que el tipo dejaría la ciudad en tren. Cuando llega a la estación, se encuentra con él, le dice que estará perdida sin su compañía. Entonces el buen sensei, Bergstrom, toma una hoja de papel y le escribe a Lisa una nota de aliento, un mantra para los días sin sol. Cuando el tren se pierde lejos, Lisa lee: "Tú eres Lisa Simpson".